"El principal problema de ustedes los latinoamericanos -me dijo hace unos días un amigo europeo que conoce bien la región- es que siempre andan buscando a quién echarle la culpa de sus problemas.".
Recordé su frase cuando leí algunos de los insultos que me llegaron en respuesta a la columna que escribí sobre el presidente Chávez, el masivo comprador de armamentos que tenemos en el vecindario. En numerosos mensajes de correo electrónico, los remitentes hablan de la oligarquía colombiana como el origen de todos nuestros males.
Chávez, a su vez, suele utilizar el término. Hace unas semanas lo sacó a pasear de nuevo, en uno de esos eventos de torrente de conciencia joyceana que es el programa Aló, Presidente, para decir que si lo asesinan correrían ríos de sangre en... íColombia! " Colombia?", me pregunté yo refregándome los ojos frente al televisor. Y ahora qué tenemos que ver los colombianos con la suerte de este?.
A riesgo de parecer ingenuo, creo que se trata de un lugar común que la gente poco inteligente repite hasta el cansancio sin saber de qué está hablando. El poder no es monolítico, dice Poulantzas; está repartido entre varios actores, el Estado uno solo de ellos; los ricos, apenas otro. En Colombia, la distribución del poder incluye a los gringos, los militares, las iglesias y, por supuesto, a las organizaciones criminales que controlan territorio.
En esa repartición de poder, la llamada oligarquía colombiana no tiene mayor cosa. Dejó de ser influyente hace ya tiempo. No hay en el Jockey alguien que tenga la capacidad de tumbar un ministro; ni hablar de designarlo. No hay en el Country Club quién tenga el poder de armar una mayoría en el Congreso, detener una regulación en el Ministerio de Hacienda o determinar una sola de las políticas del Ministerio de Defensa. Está bien, dirán, es que no son ellos. Son los realmente ricos, no los de apellidos sonoros. Es decir, Ardila, Santo Domingo, Sarmiento. Esa es la oligarquía? En ese caso sí que resultaría absurdo el ataque chavista. No veo a ninguno de los representantes de la nueva generación de esas tres familias hablando siquiera de Chávez. En su manera de ver el mundo, más desde Wall Street que desde el Palacio de San Carlos, Chávez no existe. Es una anomalía en un mapa.
La oligarquía dejó de ser influyente en este país hace ya tiempo. Nuestros presidentes y candidatos, con algunas excepciones, provienen de las canteras de una clase media pujante, educada y trabajadora. De allí vienen Belisario, Misael Pastrana, Gaviria y Turbay, y Noemí, Antanas, María Emma, Serpa, así como la mayor parte de quienes han sido alcaldes y ministros en los últimos cuarenta años. De la oligarquía como tal quizás López Michelsen, Alvaro Gómez, acaso Andrés Pastrana Arango. Vaya oligarquía: abundante en ilustración, no precisamente en dinero.
Pero, más allá de los presidentes, ni en los gabinetes ni en la clase política abunda la oligarquía. Los abolengos y los rasgos hereditarios no ayudan tanto como se cree en la lucha por el poder en Colombia. Basta estudiar las Cortes, el Congreso, las asambleas, las alcaldías, el Ejecutivo, las Fuerzas Armadas, para concluir lo contrario de la frase de cajón: quien quiere acceder al poder en Colombia, y tiene la garra para hacerlo, lo puede hacer. No es que no exista la oligarquía. Por supuesto que existe. Pero ni es esta la culpable de nuestros problemas, ni estamos en el primer día de la creación. Colombia tiene instituciones en el sector social que se han ido construyendo con los años y que se han hecho más solidarias, han ampliado su cobertura y cobijan hoy a muchísimos más colombianos. Culpar a una oligarquía en extinción de nuestros problemas es una exageración. Que Chávez la culpe de los suyos, una frivolidad.